
Octubre de atardeceres viejos,
de sombras en danza que la lumbre quema
contra las paredes de mi alma,
de nubes cansadas, huérfanas de tormenta y calma,
perdidas entre el horizonte y las montañas pardas.
Extraña luz, tan desvaída y a la vez esplendente,
pálida como tu cara,
incandescente en mi mirada.
Separados y unidos por la lumbre mortecina de la tarde,
yo soplo, tu respiras.
Los rescoldos intermitentes se avivan y desvanecen,
Agoniza octubre, muere el día,
nos miramos y renace la vida,
sólo por un instante.
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